lunes, 28 de noviembre de 2011

Federer, un deportista inmortal

Muchos fuimos los que advertimos que 2011 iba a ser el año que terminaría por producirse el relevo definitivo en el
mundo del tenis. En los tres
últimos años Federer se mantuvo firme, oscilando simplemente entre los dos primeros puestos del ranking mundial. Poco a poco Rafael Nadal comenzaba a tomarle la delantera en esa batalla que ambos emprendieron desde el año 2005 por el liderazgo del tenis mundial, una lucha que ya se encuentra al nivel de las grandes disputas de la historia del deporte. ¿Qué hubiese sido de Muhammad Ali sin George Foreman y Joe Frazier? ¿Habría forjado Ayrton Senna su leyenda en la Fórmula 1 sin tener delante a Alain Prost? Y el más reciente y más conocido para el gran público ¿sería Messi tan sublime si no tuviese la presión permanente del apetito insaciable de Cristiano Ronaldo?
La rivalidad genera fortaleza, y Federer y Nadal son hoy mejores jugadores por haber cruzado sus caminos, por haberse visto obligados a mejorar constantemente para no quedarse atrás en el camino de la gloria.

Desde comienzos del año 2004 y hasta comienzos de 2008 Federer se paseó por las pistas de tenis con una suficiencia nunca vista hasta ahora. Sólo a partir de 2005 Nadal consiguió abrir una grieta en ese acorazado infringiendo duras derrotas al suizo en los torneos de tierra batida, donde los golpes rápidos de Federer se ralentizaban tras el contacto con la pista, mientras los efectos de
Nadal se revolvían hasta alturas indefendibles. Pero al margen de aquellas victorias del balear, el suizo gozó de impunidad absoluta por el circuito del tenis durante esos cuatro años.
A partir de 2008 la grieta se hizo boquete. Nadal reconvirtió su juego, pasó al ataque y logró romper las defensas del suizo en la pista rápida del Open de Australia. Aquella final en la que Federer derramó sus lágrimas tras la derrota consciente de que se trataba de una derrota con especial significado. Aquel año fue sin duda el mejor de Nadal en el que desplegó un tenis genial y en el que le sirvió para derrotar a Federer en su feudo más querido: Wimbledon.

El mítico torneo londinense había asistido maravillado al dominio de Federer que ga
nó allí por primera vez en 2003 y no dejó de ganar hasta ese año. Aquel fue sin duda el punto que marcó el traspaso de poderes, una final que es para muchos el mejor partido de la historia del tenis y que rindió a todo el mundo a Nadal, el hombre que había destronado al tenista genial.
Desde entonces Federer siguió mostrando un alto nivel en las pistas de tenis, pero se le notaba falto de frescura, de apetito, acomplejado ante la fuerza que Nadal generaba y la solidez de sus triunfos. No obstante, Federer mantenía el tipo y aprovechaba el más mínimo bajón de Nadal para obtener importantes triunfos, como en 2009 cuando estrenó su palmarés en Roland Garros y recuperó su entorchado de Wimbledon. Pero la sensación general es que sólo ganaba cuando Nadal no estaba bien, que el suizo era ya incapaz de plantar cara al balear y que tenía que conformarse con seguir siendo superior al resto.

2010 fue una continuación de esta dinámica, y en la que Nadal ahondó más en la herida al ganar el Open de Estados Unidos, el único grande que le faltaba y que le confirmaba como un tenista total. Federer perdía definitivamente su última parcela de poder.

Y llegó 2011 y emergió un tenista que ya llevaba un par de años dando guerra: el serbio Novak Djokovic se confirmó como un tenista genial, un jugador que encadenó una racha de victorias espectacular que le han llevado a ganar tres de los cuatro torneos grandes del circuito. Su rivalidad con Nadal centró el interés del mundo del tenis, convirtió en admiración su manera de jugar, y también le granjeó enemigos por su peculiar sentido del humor. Sea como fuere el mundo del tenis cambiaba de rumbo. Nadal encontraba un rival que le doblegaba cada vez que se enfrentaban y que le arrebató el primer puesto del ranking tras su increíble racha de victorias.
El mundo del tenis tenía un nuevo duelo en el que centrarse, un nuevo duelo por el que pagar cantidades altísimas para conseguir una entrada. Federer caminaba por el 2011 sin excesivo protagonismo, todos apuntaban a su final, después de que cayese hasta el puesto cuatro del ranking, superado también por el escocés Andy Murray. 2011 se convertía en el primer año en el que el suizo no ganaba un Grand Slam desde 2002.

Todos daban su carrera por terminada, en el tiempo de descuento. Y en esas llegó la copa de maestros de Londres, el torneo que reúne cada año a las ocho mejores raquetas del ranking. Desde el principio se vio a un Federer agresivo con unos golpes que volvían a correr como antaño y, sobre todo, con un carácter constante. Ese tenis nos recordó al del mejor Federer, al que se paseaba por las pistas del tenis mundial y que demostró con una victoria contundente sobre Nadal, que no tuvo ninguna opción de plantar cara en el encuentro. Tras ese partido empezamos a observar algo que llevábamos tiempo sin ver en Federer: hambre y ganas de ganar.
Federer corroboró su buen juego con su sexta copa de maestros, el que es ya su título número 70.
Obviamente Federer no puede ser el futuro del tenis ya que tiene 30 años de edad y ese papel está reservado para Djokovic y Nadal, y algún otro invitado como Tsonga o Murray. Pero lo que sí ha demostrado Federer es que ni mucho menos está terminado, que esa raqueta todavía tiene mucho buen tenis que enseñar, que cuando juega al máximo y no tiene problemas físicos es muy difícil que nadie le gane, ni siquiera Djokovic y Nadal.
Este último triunfo es un premio a la constancia, al valor y a la capacidad de superación en las condiciones adversas. Un triunfo, como todos los que ha experimentado Federer desde la constancia, la humildad y su infinita elegancia. Enhorabuena desde aquí al maestro de maestros.

Víctor Ruiz de Almirón

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